Emilia: “Volcán emocional en un alma ajada”
- Escrito por Hugo Manu Correa
- Publicado en Teatro / Críticas
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Sentarse a escribir sobre una obra suele ser un rito en el cual memoria, emociones y algo que la obra te ha dejado impreso en tu ser convergen para edificar la crítica periodística. Debo admitir que en este caso es distinto. “Emilia” produjo un fuego volcánico en mi ser. Fui testigo de una obra colosal. Una obra artística con mayúscula, sin maculas, sin fisuras, una soberbia pieza que te invitar a jugar por 90 minutos un juego profuso y luego te lo deja pegado en piel y alma.
Claudio Tolcachir ya es una marca por si sola en el teatro argentino (también lo disfrutan en Europa) y sus trabajos son recibidos con ansias y merecedores de las más elogiosas criticas de público y prensa. De modo que detenernos en hablar de ello, seria no solo ocioso sino que además redundante. Solo decimos que el hombre, para ir directo al grano, no se ha aburguesado con las mieles de tanto éxito. No se anestesio. Sigue repiqueteando con su mente que se transforma en taladro imaginando historias y las escribe con precisión técnica de un Miguel Ángel y las ejecuta aun con la maestría de un Leonardo Da Vinci.
“Emilia”, es una pieza que ni bien espeta su primer fonema se advierte que la obra tendrá dulzura, espesura, profundidad, sentimiento rocoso y el recorrido de poco más de una hora y media (bah, eso dice la gacetilla, pero parecen solo segundos) de actuaciones magistrales no solo confirman ello, sino que cuando el bravo caballo de “Emilia” marca el final, uno ha quedado prisionero de algo que lo ha conmovido y no sabe adónde estacionar el auto de tantas emociones disparadas.
Emilia (Elena Boggan), ya es una mujer grande (vieja dice la gacetilla). Ella ha criado a Walter (Carlos Portaluppi), quien vive con su esposa Caro (Adriana Ferrer) y su hijo Leo (Francisco Lumerman). Emilia narra rompiendo la cuarta pared un discurso que nos relata con simplicidad una historia doliente y nos conduce a velocidad crucero hacia una bahía que se la ve calma.
Allí el amor y la sorpresa para con Walter será un momento de conmoción tanto para uno como para el otro, ante el desparpajo que esto producirá en Caro y Leo. En esa casa a la cual recién se han mudado reinara el éxtasis emocional, tanto como el desorden casero y un sinfín de “trapecistas” situaciones que chocaran entre sí, para advertir rápidamente que la calma bahía se ha transformado, como una suerte de realismo mágico en un viaje en el tren que te lleva a montañas, mesetas, alturas jamás imaginadas, para de repente bajar a toda velocidad y quedar desconcertado en medio de la travesía.
En medio del viaje antropológico de la vida de Walter, sobre cuyo vínculo con Emilia es la trama y subtrama de la pieza, existen: situaciones hilarantes, conmovedoras, revelaciones mayúsculas, un ajedrez en el cual puede que te equivoques cual es la pieza que se moverá al siguiente instante en el cual vas deslizándote en la sutil y resbaladiza estructura dramática
Precisamente la pluma de Tolcachir no juega al hermetismo, pero tampoco te da inyecciones de vitaminas para facilitarte el laberintico universo que conjuga 4 vidas que están siendo testigos de un choque gigantesco de sus planetas. Lo brillante de Claudio Tolcachir es que no necesita y allí radica la potencia de su poética, en jugar al misterio oscuro o “hacer la pieza inteligente”. Lo cautivante de su dramaturgia es que lo suyo brilla por si solo: su simpleza, su complejidad y la vitalidad de la dura historia (durísima) se conjugan para dar como resultado un fino y elegante camino en el cual poco a poco quedaras salpicado del barro de la historia, y cuando la luz se apaga quedas impregnado por el magna de tan sísmica historia que conmueve en todo su recorrido.
“Emilia”, tiene todos los ingredientes que hacen que incandile como cabal obra: dramaturgia, dirección, actores, puesta en escena, pero tiene además mucho (muchísimo trabajo). Ello se advierte en la energía que se apodera de uno ni bien ingresa a la sala. El primer compas del Cilofón suena y jamás te suelta. La química actoral entre uno y otro es admirable. Ciertamente lo sublime de un actor no es (solo) lo que dice, sino lo que escucha y como responde ante ello. Pues bien aquí eso está presente en todo momento. A eso se le suma la fragmentación interior de los personajes, las grietas que los atraviesan y las fragmentadas emociones (ajadas) hace que el espectador se transforme en un barrilete, el cual es subido y bajado de acuerdo “al humor” que esos personajes depositen en el escenario.
Los cuatros crearan (al vivir juntos y compartir tiempo y espacio), un simétrico y sosegado vinculo lo cual les permitirá soportar los vaivenes o “pozos de aire” emocionales que cada uno posee.
Pero todo volverá a cambiar cuando aparezca Gabriel (Gabo Correa), quien hará saltar por los aires y hará ver con su sola presencia que debajo de esa “solida” historia se cocina en un terreno fangoso. Gabriel llegara como un cometa de otra galaxia y hará estallar por los aires lo que se creía anquilosado y firme.
Las actuaciones son no solo brillantes en todos los casos, sino que uno va advirtiendo con el paso de cada emoción que inunda el aire de Timbre 4 que están “poseídos” por los personajes. Sublime. Conmovedor. Fantástico.
Párrafo especial para Carlos Portaluppi. Con permisos de señores como Shakespeare, Brecht, Chejov, quiero navegar para otras aguas tan caras al gusto de los argentinos. El futbol. En época donde la estela del mundial Brasil 2014 aún se está desvaneciendo y donde fuimos testigos de un Javier Mascherano que se recibió de gladiador. Podríamos decir que este actor magistral nos entrega su alma en el escenario, disfruta desnudarse en todo su espíritu, se vacía ante nosotros, el mustio alma de su personaje nos entrega una nostalgia que moja la bahía en la cual estamos, para de repente en su trampolín emocional aparecer en otro lugar y así hasta el infinito. Portaluppi es el Mascherano de esta obra y tiene pinceladas Maradonianas que te deja conmovido, vibrante y con la lágrima en el rostro luego de que la luz se extingue y dentro de uno ha ingresado una obra que quedara guardada por siempre.
Gonzalo Córdoba Estévez, Ricardo Sica, Gustavo Pascaner y Néstor Martignago construyen una puesta magistral. La metáfora de la mesa y su “lucha” contra el marco de la puerta es “providencial” condensando allí el núcleo de una faena brillante.
By Hugo Manu Correa
Ficha técnico artística
Autoría:Claudio Tolcachir
Actúan: Elena Boggan, Gabo Correa, Adriana Ferrer, Francisco Lumerman, Carlos Portaluppi
Diseño de escenografía: Gonzalo Cordoba Estevez
Diseño de luces: Ricardo Sica
Asistencia de dirección: Gonzalo Cordoba Estevez
Prensa: Marisol Cambre
Producción general: Maxime Seugé, Jonathan Zak
Dirección: Claudio Tolcachir