De fieras y pichones
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Así, la mismísima decadencia frente a la lucha de los obreros. La decadencia que no tiene más opción que imponer el poder mediante la tortura y las armas. Y nuevamente una historia propia de la obra, la deshonra infringida a esta joven en un espacio que nunca debería haber pisado por moralina de clase: el ala de criados.
Todo desarrollado, narrado en un solo espacio, espacio con cierta neutralidad, espacio que es gobernado por una roca, unas pocas sillas y una sombrilla en pos de retardar el origen de esta historia. Y todo retratado con humor, un humor que muta a lo animalesco y plantea relaciones con los pichones encerrados en la jaula del Club. Pichones conscientes de su muerte y de su falsa liberación.
Y en todo ese proceso también muta la realidad que se convierte en metáfora, en imaginación e imaginario, para poder traducirse al lenguaje, para no ser sólo grito u opresión. Así Tatana se vuelve poeta y también paradoja. Ella, representación del poder, cae por ser mujer en el valor de uso que le encuentra su hombre, y a causa ejerce venganza, manipula nuevamente la situación e invierte la pirámide. Entonces se desarrolla el violento final, donde el humor se diluye, dos los ineptos han demostrado su belicosidad, donde el macho cabrío pasó a ser parte de ese club: pichón y presa para la caza.