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Cartas de amor ilustres

"El producto más franco, más libre y más privado de la mente y del corazón humano es una carta de amor" decía Mark Twain. En el Día de San Valentín, seleccionamos 5 fragmentos de cartas de amor históricas.
En cierta ocasión Sigmund Freud le escribió a su novia y futura esposa Martha Bernays una carta de amor que después ha dado la vuelta al mundo al ser considerada una de las confesiones más románticas de la historia: "No apetezco sino lo que tú ambicionas para ambos porque me doy cuenta de la insignificancia de otros deseos comparados con el hecho de que seas mía. Estoy adormilado y muy triste al pensar que tengo que conformarme con escribirte en vez de besar tus dulces labios".
Víctor Hugo, otro romántico empedernido, escribió en cierta ocasión a Adèle Foucher: "Tienes razón. Hay que amarse y luego hay que decírselo, y luego hay que escribírselo, y luego hay que besarse en los labios, en los ojos, en todas partes".

Albert Einstein también expresaba con frecuencia sus sentimientos hacia su gran amor, Mileva, por carta. En una de estas epístolas, enviada desde Milán el 13 de septiembre de 1900, el físico afirmaba: "En todo el mundo podría encontrar otra mejor que tú, ahora es cuando lo veo claro, cuando conozco a otra gente. [...] Hasta mi trabajo me parece inútil e innecesario si no pienso que también tú te alegras de lo que soy y de lo que hago."
El novelista Scott Fitzgerald también escribió largas misivas a la que sería su esposa, Zelda Sayre: "Tú y yo hemos pasado momentos maravillosos en el pasado, y el futuro aún está cargado de posibilidades si levantas la moral y procuras creerlo. El mundo exterior, la situación política, etcétera, siguen siendo oscuros e influyen en todos directamente, y es inevitable que te afecten indirectamente a ti, pero procura distanciarte de todo ello mediante alguna forma de higiene mental, inventándola, si es necesario.

Déjame repetirte que no quiero que te concentres demasiado en mi libro, que es una obra melancólica y parece haber obsesionado a casi todos los críticos. Me preocupa muchísimo que lo estés releyendo. Describe determinadas fases de la vida que ya están superadas. Ciertamente nos hallamos en una ola ascendente, aunque no sepamos a ciencia cierta hacia dónde va."
Por su parte, Franz Kafka le envió numerosas cartas a su amada Felice. En una fechada en enero de 1913 le expresaba así su doble amor hacia ella y la literatura: "Querida: te pido con las manos alzadas que no sientas celos de mi novela. Cuando los personajes en la novela se dan cuenta de tus celos, se me escapan, más aun cuando sólo los tengo agarrados por la punta de sus vestidos.
Y ten en cuenta que, si se me escapan, tendría que correr tras ellos, aunque fuera hasta el mundo de las tinieblas, su verdadero hogar. La novela soy yo, mis historias soy yo. Así que, te ruego, ¿dónde existe el menor motivo de celos? De hecho, cuando todo lo demás está en orden, mis personajes se toman del brazo y corren a tu encuentro, para, en último término, servirte a ti. [...] gracias a que escribo me mantengo con vida, me aferro a esa barca en la cual te encuentras tú, Felice. Ya resulta bastante triste que no consiga apartarme a ella. Pero comprende, Felice, que tendría que perderte a ti y a todas las cosas si alguna vez perdiera el escribir."

Cartas de amor ilustres". - Fuente: Muy Historia (Elena Sanz)

"El producto más franco, más libre y más privado de la mente y del corazón humano es una carta de amor" decía Mark Twain. En el Día de San Valentín, seleccionamos 5 fragmentos de cartas de amor históricas.
En cierta ocasión Sigmund Freud le escribió a su novia y futura esposa Martha Bernays una carta de amor que después ha dado la vuelta al mundo al ser considerada una de las confesiones más románticas de la historia: "No apetezco sino lo que tú ambicionas para ambos porque me doy cuenta de la insignificancia de otros deseos comparados con el hecho de que seas mía. Estoy adormilado y muy triste al pensar que tengo que conformarme con escribirte en vez de besar tus dulces labios".
Víctor Hugo, otro romántico empedernido, escribió en cierta ocasión a Adèle Foucher: "Tienes razón. Hay que amarse y luego hay que decírselo, y luego hay que escribírselo, y luego hay que besarse en los labios, en los ojos, en todas partes".

Albert Einstein también expresaba con frecuencia sus sentimientos hacia su gran amor, Mileva, por carta. En una de estas epístolas, enviada desde Milán el 13 de septiembre de 1900, el físico afirmaba: "En todo el mundo podría encontrar otra mejor que tú, ahora es cuando lo veo claro, cuando conozco a otra gente. [...] Hasta mi trabajo me parece inútil e innecesario si no pienso que también tú te alegras de lo que soy y de lo que hago."
El novelista Scott Fitzgerald también escribió largas misivas a la que sería su esposa, Zelda Sayre: "Tú y yo hemos pasado momentos maravillosos en el pasado, y el futuro aún está cargado de posibilidades si levantas la moral y procuras creerlo. El mundo exterior, la situación política, etcétera, siguen siendo oscuros e influyen en todos directamente, y es inevitable que te afecten indirectamente a ti, pero procura distanciarte de todo ello mediante alguna forma de higiene mental, inventándola, si es necesario.

Déjame repetirte que no quiero que te concentres demasiado en mi libro, que es una obra melancólica y parece haber obsesionado a casi todos los críticos. Me preocupa muchísimo que lo estés releyendo. Describe determinadas fases de la vida que ya están superadas. Ciertamente nos hallamos en una ola ascendente, aunque no sepamos a ciencia cierta hacia dónde va."
Por su parte, Franz Kafka le envió numerosas cartas a su amada Felice. En una fechada en enero de 1913 le expresaba así su doble amor hacia ella y la literatura: "Querida: te pido con las manos alzadas que no sientas celos de mi novela. Cuando los personajes en la novela se dan cuenta de tus celos, se me escapan, más aun cuando sólo los tengo agarrados por la punta de sus vestidos.
Y ten en cuenta que, si se me escapan, tendría que correr tras ellos, aunque fuera hasta el mundo de las tinieblas, su verdadero hogar. La novela soy yo, mis historias soy yo. Así que, te ruego, ¿dónde existe el menor motivo de celos? De hecho, cuando todo lo demás está en orden, mis personajes se toman del brazo y corren a tu encuentro, para, en último término, servirte a ti. [...] gracias a que escribo me mantengo con vida, me aferro a esa barca en la cual te encuentras tú, Felice. Ya resulta bastante triste que no consiga apartarme a ella. Pero comprende, Felice, que tendría que perderte a ti y a todas las cosas si alguna vez perdiera el escribir."