La amante de Lawrence: "Río indómito"
- Escrito por Hugo Manu Correa
- Publicado en Teatro / Críticas
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"El amor puede tener muchísimas formas. Tiene que tener muchísimas formas. De lo contrario es tiranía, muerte, nada más." D.H. Lawrence
Beatriz Matar mete el dedo en la llaga con esta revelación que D.H. Lawrence (Eastwood, Inglaterra, 11 de septiembre de 1885 – Vence, Francia, 2 de marzo de 1930), utilizo en su sutil y magnética pluma. Este decir será verbalizado por Ramón en el surgir de la obra y pondrá de manifiesto la arquitectura cultural, política y poética de los tres personajes. Así se evidencia la magnitud de una realidad que se avecina como una tormenta y que destapara una realidad soterrada en medio de la pampa.
Un escritor (Andrés - Alejandro Velazco), estará de paso en un paraje campero argentino. Allí, se encuentra con una pareja compuesta por Laura (Verónica Alvarenga) y Ramón (Jorge Booth). El encarna al típico gaucho derrotado. Ella a una mujer que no podrá encauzar su dulzura y su rio interior en un lugar que pareciera tenerla entre rejas.
"La Amante de Lawrence" vomita rapidamente la porosidad rudimentaria en donde se cobija-cocina esta realidad. Los días transcurren en una resquebrajada realidad donde Ramón advierte que su voracidad carnal no encuentra en Laura la pasión para encauzar su acechante fuego. Ella a su vez intuye inmediatamente que Andrés será la brisa que la encauce el fuego interior que la domina. El escritor ira hojeando la tensión que a ambos los domina, al tiempo que el mustio espíritu de Laura se le ira revelando con una fuerte poética que de manera iracunda lo encandilara y lo interpélala en toda su vida. Esta realidad pondrá en crisis el vínculo agrietado, estéril y disecado que gobierna a una pareja que solo tienen en común la casa que los cobija y la rutina que los circunda.
La obra tiene varios logros. Uno de ellos se apoya en esa mecanización que tiene la rutina pampeana. Ese hastío, ese "no pasar nada", se advierte en los primeros minutos de la obra. Luego de "instalar" al público en ese paraje, la obra adquiere ritmo como una exquisita musicalización de Luis Salado y Diego Videla Gutiérrez. Este logrado detalle de la puesta le da fuerza y brillo a la trama encauzándola y arropándola con más encarnadura en cuerpo y alma.
La dirección de Luis Salado le dio el equilibro preciso a las escenas y a las caracterizaciones de los personajes. Los tres personajes son dueños de universos interiores bien diferentes y ese cariz este presente de principio a fin. También hace ver las cicatrices de los tres seres con simpleza y sin artificios estériles.
La ambientación de Constanza Gentile hizo un trabajo tan simple como logrado. La doble dimensión del espacio, no solo articula bien el ámbito de la obra, sino que separa bien la espesura del drama, con el otro lugar "más alto", donde pareciera confesarse las penas y los dolores del espíritu.
Un lucero en el firmamento es la dramaturgia de Beatriz Matar. El brillo de su talento se advierte en dimensión profusa de la propia historia y en el vuelo interior de los tres personajes. El remolino interior de cada uno y como se conectan entre si y exorcizan sus demonios es sólido, armonioso y admirable.
Alejandro Velasco compone un personaje que mixtura el personaje fino y delicado, con esa otra faceta del hombre que está en búsqueda de definir su destino amoroso. Su composición es sólida y si no adquiere mayor brillo es porque en su expresar su voz denuncia falta de matices y por momentos ello logra apagar el brillo de su presencia. Jorge Booth, es un huracán condensado en un ser lleno de magnetismo, furia y en cuyo núcleo se advierte un crescendo actoral que con el paso del tiempo (y como los vinos), cada día sabe mejor. En los momentos en los cuales el personaje advierte su crisis, allí su composición logra su clímax actoral. Verónica Alvarenga, compone un personaje incandescente que enternece, encandila y flecha durante toda la pieza. El acento que pone en desdoblarse en esos dos personajes, no solo que es poderoso y es donde la obra logra su cenit, sino que lo hace sin artificios, con un brío preciso y precioso.
"La amante de Lawrence" es una obra tridimensional, un río indomito que evoca poesía en todo su viaje y que derrota a la melancolía en un domingo por la tarde.
By Hugo Manu Correa